Anhelo despedirme

Para nadie es un secreto que Venezuela se ha convertido en el más grande exportador de venezolanos: estamos regados, andamos muy dispersos por la geografía mundial. Países como USA, Panamá, Canadá, Australia, Londres, Ámsterdam, Chile, Argentina, Costa Rica y muchísimos más, tienen algún portador del tricolor siete-estrellado, hoy con 8 estrellas gracias al afán que un caudillo ególatra tuvo por hacer historia. Todos estos cientos o miles de hermanos venezolanos auto-exiliados se fueron con la conciencia plena que a donde iban no pueden –o no deben– andar con juegos ni perdedera de tiempo (por lo menos los que son hombres y mujeres de buena voluntad), y un corazón que dejaron arraigado de este lado del planeta porque tuvieron que dejar atrás vínculos afectivos para aventurarse a la apertura de oportunidades que acá nos quitaron, opciones que a quemarropa nos matan, segundo a segundo. El éxodo del venezolano es ya casi un asunto tan común como la abrumadora escasez de este pobre país rico; emigrar se nos ha vuelto tan frecuente y tan urgente como huir súbitamente de las garras de un delincuente.

Las despedidas son el pan nuestro de cada día… Solemos escuchar en cualquier reunión, cola bancaria o filas de las que tanto se forman en cualquier parte del país «se fue fulano, se va sutano; mengano anda buscando boletos aéreos como loco, perencejo ya tiene 5 años fuera, ¿no sabías?…»; esas frases son tan reiterativas que ya parecen reproductor con auto-play indefinido, y cuando las oímos consistentemente muchos nos preguntamos ¿cuando es que me podré ir yo de esta caimanera de patria?, y no porque el país no sirva; es que los que deberían servir, no sirven y se sirven ambiciosa y despiadadamente de esta patria sin mostrar un ápice de culpabilidad por dejarla hecha harapos.

Anhelo despedirme no sólo comunica lo obvio: aquello en lo que hemos convertido el grueso de nuestras conversaciones, esto a lo que nos enfrentamos en el cotidiano por tantos que se nos han mudado de nación y por aquellos que aún estamos aquí, no precisamente por valientes sino por resilientes y, seamos honestos, porque la resiliencia activada que nos brilla radica en esta verdad: la gran mayoría estamos sin recursos para poder largarnos de aquí.

Anhelo despedirme, más de dos simples palabras que esbozan la realidad de muchos profesionales preparados, con ansias de echar pa’lante y talento pa’tirar pal’techo, porque en Venezuela estamos full de gente con este perfil. Yo por mi parte deseo (y no voy a cantar el popular cumpleaños feliz aunque así lo parezca), despedir unas cuantas cosas de mi vida y del último respiro de este país… Anhelo despedirme de todo aquello que como ciudadana de una nación usada y convenientemente olvidada por los países que le han extraído la sangre en el mejor estilo de las sanguijuelas más potentes, hoy día se ha vuelto colonia del tercermundismo cubano. Y ojo, no tengo nada en contra de Cuba o de sus habitantes a los que, por más de medio siglo en su mayoría han recibido un maquiavélico lavado de cerebro; lo que detesto es el servilismo que ante ella le impuso el intergaláctico a Venezuela, ese si que es parte de su fatuo legado.

Y volviendo al tema de la isla en cuestión, un país comunista con una de las miserias gubernamentales más deplorables en la historia mundial, un fragmento de tierra caribeña que mediante un par de blasfemos hermanos gobernantes repulsivos, acabaron cual plaga con todos los recursos de ese país y de todo el que se le antojó, como un magnate despiadado y sin principios que aún teniendo esposa, sale a un burdel para despilfarrar lo que debería invertir en su hogar y salir a servirse de…. bueno, lo obvio… Y como al régimen castro-comunista la geografía, economía, política y todos los etcéteras de Cuba no les bastaron; cual vampiros insaciables en su enfermiza sed de poder, van por más y más y más, repitiendo el repudiable esquema en un país no se cuántas veces más grande que el de la rúbrica castro-comunista; es decir, este país grande donde nací, mi bella, maltratada, repudiada, confinada al destierro por las horrendas alianzas con países terroristas y comunistas; esta, nuestra patria insegura, una vejada Venezuela, nación ubicada al norte del sur.

Entonces, como decimos aquí, no sólo me provoca coger palco (pal-co, palabra que une «para» y «coño» –con el perdón de lo criollísimo del término–) o sea, irme del país a uno donde si pueda crecer personal y profesionalmente para bien ayudar a los míos, sino que anhelo despedirme de tanta avaricia reinante, de la aberrante impunidad, de la egolatría agobiante, del detrimento avasallante, de esta pata de elefante que me inmoviliza y no encuentro cómo quitar de mi cabeza por más que obedezca las leyes divinas… ¡Y es que sé que DIOS no me hizo conformista! Anhelo despedirme de tanto celo obsesivo que tienen aquellos que por mera terquedad inagotable prefieren obviar su rol verdadero, porque como gobernantes deberían ser servidores públicos a los miembros de la sociedad que presiden y no pretender ser los «héroes» dando migajas luego de quedarse las más grandes tajadas y encima de todo, como guinda de un pastel llamado cinismo, exigirle al pueblo gratitud por esas migajas que dan con gran mezquindad.

Quisiera cerrar mis ojos y estar segura que al abrirlos cuento con un país seguro, uno donde mis padres puedan pasar el resto de sus existencias en un sistema que les asegure la vida, que les provea de recursos para estar tranquilos; un país donde mi hijo pueda crecer y desarrollarse libremente, uno donde salgamos a la calle sin la paranoia que a diario sentimos porque nos pueden robar hasta el derecho a respirar, uno donde haya producción nacional porque se aprovechan óptimamente los recursos, uno donde no se tenga que hacer largas filas o colas para comprar alimentos, uno del que no me quiera ir, un país donde NO tengamos que decir «ay bueno, por lo menos gracias a DIOS no fue a mayores» y no porque DIOS no merezca gratitud, es que la merece tanto que debería ser sólo para Él, porque es a Él a quien debemos dar gracias por vivir, NO a un desgraciado malandro que «nos perdonó la vida» luego de despojarnos de aquello que nos costó años de esfuerzo, sacrificio, trabajo honesto y sudor de frente. A fin de cuentas el único que tiene el derecho de dar y quitar la vida es el mismo DIOS… Y antes que me salga un cristianoide (tal como los llama Dante Gebel) de esos que siempre salen bajo las piedras, si, es cierto, DIOS pone y quita reyes, tal como lo establece su palabra en Romanos 13, versículos 1 y 2:

Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos.

No obstante –y esta parte me termina de fascinar porque estos cristianoides a los que me refiero acá muchas veces como que se les olvida–, la palabra no termina allí… En los siguientes versículos, Romanos 13:3-5 establece algo MUY pero muy cierto, y es que no puede ser de otro modo porque viene de un DIOS cuya palabra es espada de doble filo:

Porque los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo. ¿Quieres, pues, no temer la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella; porque es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo. Por lo cual es necesario estarle sujetos, no solamente por razón del castigo, sino también por causa de la conciencia.

Pero y ¿qué pasa si el servidor es malo, si no sirve a Dios sino a su propia voluntad avariciosa? ¿Igual le debo obedecer a un abusivo violador de derechos?… Acá el tema es entonces de «la conciencia»… (¿cómo escribo y describo este suspiro que me brota al decir «la conciencia»?)… Porque ya esta es casi una extinta pieza de museo, un músculo atrofiado en el país rey de la viveza criolla pero estas dos palabritas tienen mucha tela que cortar para explayarme ahorita en ellas.

Si en algo estoy clara es que Venezuela necesita darle durísimo al botón de RESET y que el único que puede arreglar semejante desastre es el DIOS de los Ejércitos, el León de la Tribu de Judá… No es cosa fácil ajustarse a estos tiempos que atravesamos, pero debemos estar claros que andar declarando cual loros la teoría de la prosperidad y la ley de atracción proclamada por «El Secreto», no es la solución. Necesitamos pedirle a DIOS discernimiento y sabiduría para entender los tiempos de tribulación que hoy vivimos y que, sin ser profeta del desastre, vienen mucho más duros (si no me creen, lean la Biblia…) Clama a DIOS por tu familia, por ti y por todos los que puedas, hazlo ahorita, aún hay tiempo (pero no mucho) de ir hacia donde DIOS nos quiere llevar…

Entonces, ¿sabiendo una verdad tan grande te quedarás de brazos cruzados? Creo que nada es mejor que conocer la verdad y saber cuándo te quieren coser a mentiras para alejarte o tomar las medidas que tengas que tomar.

SiLoConoces

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